Por Gabriel Rosenbaun

 

Llegó por primera vez al club en 2010, después de dos años en La Unión de Formosa, donde se asentó primero en el TNA y más tarde en la Liga Nacional. Esa temporada en el Verde fue muy probablemente la más feliz de su carrera. Regresó en 2015, después de su paso por Bahía Basket, y se quedó durante dos campañas más en el equipo con más títulos en la historia de la LNB. Y parece que no hay dos sin tres. La tercera etapa de Diego Gerbaudo en Atenas comenzará en 2021: el base nacido en James Craik firmó recientemente su vínculo para retornar al Griego, el equipo en el que jugaba su ídolo y en el que él mismo vivió los días más imborrables como jugador de básquet.

«Es un desafío muy lindo, en un momento en que siento que puedo estar fuerte en lo basquetbolístico y en lo personal. Conozco el club, la gente, el ambiente, y todo eso me da un impulso para estar mejor. Voy a dar todo de mí, en una etapa distinta de mi carrera», dice Diego.

–¿Qué significa Atenas en tu vida deportiva?

–Atenas es el club en el que pasé los mejores momentos de mi carrera. Por supuesto, hubo momentos no tan buenos en algunas temporadas, pero mi primer paso por el equipo fue muy, muy bueno. Ganamos el Súper 8 y llegamos a la final de la Liga Nacional. Además, siempre tuve el cariño de la gente, así que estoy muy contento de estar de nuevo en Córdoba y cerca de toda mi familia en un momento muy complicado para todos, con una pandemia que nos trastocó la vida.

Gerbaudo, en las finales de 2010/11 contra Peñarol (Foto: Ignacio Niño – Básquetblog / Archivo)

–Más de una vez contaste que Marcelo Milanesio era tu ídolo, el tipo al que querías imitar. ¿Qué era Atenas en tu cabeza cuando empezaste a jugar al básquet?

–Un par de veces, mi club, Chañares de James Craik, llevó a Atenas a jugar amistosos, exhibiciones. Sin ser irrespetuoso con las glorias que tenía Atenas, como Pichi Campana, Diego Osella o Fabricio Oberto, nosotros sólo queríamos ver a Marcelo Milanesio. Generaba mucho en la gente: tenía un carisma que terminaba comprando a todos. ¡Y ni hablar lo que jugaba, la magia que tenía! Encima, tenía una humildad increíble: salía del estadio y se sacaba 500 fotos con todo el que le pidiera. Un crack.

Campazzo y Gerbaudo, frente a frente en el Orfeo (Foto: Ignacio Niño – Básquetblog / Archivo)

–Si tenés que pensar en un momento feliz de tu carrera en Atenas, ¿qué te aparece rápidamente en la cabeza?

–Un momento muy feliz fue ganar el Súper 8 en Formosa. Y después también recuerdo mucho un partido que, creo, fue contra La Unión de Formosa en cuartos de final: robé una pelota tirándome de cabeza y toda la gente del «Poli» Cerutti, que estaba lleno, se volvió loca alentándome. En ese plantel estaban Bruno Lábaque, Mati Lescano, Pitu Rivero, James Williams y Greg Lewis y los demás éramos todos pibes que queríamos mostrarnos. Fue un año inolvidable.

–Recuerdo una linda relación del público con ese plantel.

–Ese equipo, aparte de jugar buen básquet, generaba mucho en la gente. En la fase regular iba mucho público al «Poli» Cerutti, algo poco habitual. ¡Y en los playoffs fue tremendo! Lástima que en las finales nos cruzamos con el Peñarol de Facu Campazzo, Leo Gutiérrez y otros jugadores que estaban en un nivel altísimo. Era imposible ganarles al mejor de siete partidos.

Gerbaudo, en su primera campaña con Atenas (Foto: Ignacio Niño – Básquetblog / Archivo)

–Fueron unas finales hermosas, las terceras consecutivas entre los dos equipos. Ya era una locura, un clásico, con partidos en el Orfeo y en «el Poli» de Mar del Plata.

–Sí, además en esa temporada nos quedamos ahí nomás de clasificarnos para la final del Interligas contra Obras. Shamell, del Pinheiros de Brasil, nos metió un triple casi de mitad de cancha y nos arrebató ese sueño. Habíamos jugado muy bien el cuadrangular de semifinales en Brasil, sin Bruno Lábaque ni Greg Lewis, y arañamos el pase a la final. Fue un año maravilloso en lo personal y en lo colectivo. Gracias a eso puedo decir que me tocó vivir y conocer lo que era Atenas en sus grandes momentos.

–En tus otras dos temporadas en el club no les fue tan bien. ¿Qué recuerdos quedaron de esos años?

–Creo que nos armamos con muy buenos nombres, como Pete Mickeal, Walter Baxley, Gabo Mikulas y muchos más. Pero no logramos jugar como lo marcaban los nombres, las individualidades. Pagamos eso, supongo. De todos modos, por ejemplo rescato jugar con un americano como Pete Mickeal. Para mí fue increíble. Es el mejor «americano» con el que jugué en mi vida. ¡Y terminamos siendo amigos!

Gerbaudo y su mujer Mili, junto a Pete Mickeal en Miami

–¿Seguís en contacto con él?

–Sí, de hecho nos hemos juntado a comer en Miami. Un crack. Nos seguimos hablando siempre. Era un jugador de otro nivel en todo sentido: en la cancha, en los entrenamientos, para vestirse, para todo. Nos vimos hace dos o tres años y nos llevó a comer en las afueras de Miami. ¡Lo que comimos ese día! Dejó 100 dólares de propina y con mi mujer pensábamos que con 100 dólares nos comprábamos tres pares de zapatillas en el outlet. Ja.

–¿Qué otros jugadores te marcaron en tus anteriores pasos por Atenas?

–Jugar con «el Gabo» Mikulas, Diego Logrippo y Bruno Lábaque, por ejemplo, son cosas inolvidables para mí. Son jugadores que estaban a otro nivel y que terminaron construyendo historias muy grandes en la Liga Nacional.

–Cuando mirás hacia atrás, ¿qué ves en tu camino en la Liga? ¿Qué lugar ocupa la Liga Nacional en tu vida?

–Creo que me gané un lugarcito en la Liga. No somos tantos los jugadores que pudimos llegar a la Liga y sostenernos. Por ahí me quedé con la espina de haber dado más. Algunas lesiones me complicaron temporadas que pintaban buenísimas. Quizás sea mala suerte, pero en cada equipo siempre dejé todo. Aunque sea chiquito, me gané un nombrecito en la Liga. Eso me reconforta.

Gerbaudo, con la camiseta de Peñarol, en uno de los cruces contra Atenas de la última temporada (Foto: La Liga Contenidos)

–Cuando eras chico, ¿recordás decirte a vos mismo: «Yo quiero ser uno de esos tipos que juegan Liga Nacional»? ¿Te reconocés en eso?

–No, la verdad que no. Quería jugar en la NBA. ¡Yo siempre decía que quería jugar en la NBA! Después, cuando conocí a Marcelo Milanesio, sí quise ser como él, jugar en Atenas, jugar la Liga. Pero de más chiquito pensaba, como todos, creo, en la NBA.

–Hay un dato que, visto a la distancia, resulta quizás extraño. ¿Cómo fue que debutaste en la Liga Nacional jugando para Gimnasia La Plata?

–En ese momento ya me quería fichar el Real Madrid y yo tenía que buscar un club para mostrarme. Hasta entonces, jugaba en el club del pueblo, Chañares de James Craik, y en las selecciones de Oliva en los Provinciales, inclusive de Primera, con 14 años. Pero necesitaba dar un salto. En ese momento, mi representante era Miguel Ferreyra. Primero estuvimos en tratativas con Obras, pero no me querían dar dinero para al menos manejarme, así que me llamó Bernardo Murphy para ir a Gimnasia La Plata. Ellos venían de jugar la final con Boca. ¡Y el Tola Cadillac me hizo debutar a los 15 años en Liga Nacional!

–Después de un largo recorrido en la Liga, que incluyó un paso por Peñarol en la última temporada, ¿te ponés objetivos ambiciosos o querés disfrutar del básquet en cada juego, en cada práctica?

–Eso último: disfrutar del básquet hora a hora. Si no disfrutás, ya trasladás todo eso a tu casa y se genera un clima que no es bueno para nadie. Hay que esta bien físicamente y dejar todo, entre o no entre la pelota. Quiero sentirme pleno y dar lo mejor de mí en Atenas.

 

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