Por Gabriel Rosenbaun

 

Después del Mundial Indianápolis 2002, en el que Argentina puso al planeta patas arriba venciendo al Dream Team y jugando el mejor básquet del torneo, los equipos de Europa salen a rastrear al próximo diamante de estas pampas. Los clubes más grandes se desesperan por vislumbrar al próximo Manu Ginóbili, al siguiente Fabricio Oberto, al Pepe Sánchez de los años por venir.

Sigiloso, el Real Madrid da con la joya. Es un chico de apenas 14 años que vive en la llanura pampeana, en una zona de la provincia de Córdoba con gran desarrollo agrícola-ganadero. Hay un pibito que auténticamente la «rompe» en la cancha de básquet: diminuto de físico, parece tener cualidades para transformarse en una gran estrella en el futuro. Se llama Diego Gerbaudo y vive en James Craik, un pueblito que lleva el nombre de un empresario escocés del Ferrocarril Central Argentino: el nombre primitivo del lugar era Chañares, pero la estación de trenes se llamaba James Craik y la costumbre quedó.

Chañares se llama, de hecho, el club en el que crece ese «gurrumín» que a los 14 años deja boquiabiertos a los que juegan contra él en la categoría que fuere. Y que deja boquiabiertos, sobre todo, a los dirigentes del equipo «merengue» de la capital española, uno de los colosos europeos. Desde 1990, una institución de esas dimensiones no puede darse el lujo de haber ganado apenas tres títulos en la Liga Española ACB. Gerbaudo puede ser su base del futuro. Y lo fichan.

El cordobés, con la camiseta del Madrid (Foto: Sólo Basket)

El pibito viaja seguido a Madrid, pasa Navidades y Años Nuevos en España, se lleva los flashes y los comentarios elogiosos en el tradicional torneo de L’Hospitalet, debuta en Liga Nacional con la camiseta de Gimnasia La Plata, sigue destacándose cada vez que pisa España, juega una temporada en Regatas San Nicolás en el viejo TNA y da el salto definitivo a la filial del Madrid. Parece predestinado a la gloria.

Hasta 2008, Gerbaudo es parte del futuro, de la vanguardia, de ese puñadito de estrellas planetarias que se concentran en los clubes más poderosos, de los pibes a los que todos los reclutadores siguen de cerca e invitan a los campus internacionales.

Pero hay algún eslabón que se rompe, acaso de manera inexplicable, quizás con algo de mala fortuna. No cruje, no estalla, no se parte. Simplemente se desacelera, se desinfla, cambia de forma.

El pibe de oro que el Madrid reclutó a los 14 años hoy tiene 31, una carrera hecha en la Liga Nacional y un pasado cargado de tropiezos por recordar en su charla con De Bandeja Basket.

–Eras considerado uno de los talentos más prometedores del básquet argentino y el Real Madrid te fichó a los 14 años. ¿Qué recordás de todo aquello? ¿Llegaste a disfrutarlo, te abrumó, te dejó una marca?

–Pasó todo muy rápido. Fue todo una locura. Vinieron, firmaron el contrato y desde los 14 años tenía que ir a jugar el torneo de L’Hospitalet, así que me iba en Navidad y Año Nuevo a jugar allá. Tuve que madurar muy rápido. Lo disfruté, claro, aunque también tuve momentos en que no la pasé bien. Estaba lejos, era muy chico, estaba solo, pero era clarísimo que quería jugar al básquet y vivir de esto. ¡Estaba en el Real Madrid y era lo que yo quería!

–¿Cuán brutal fue el salto de James Craik a Madrid?

–Fue un cambio drástico, muy fuerte. Cuando yo estaba allá recién estaba arrancando el Skype. Todas las comunicaciones eran por teléfono de línea, por mensajitos de texto. No había WhatsApp, videollamada, nada. Eran horas y horas hablando con mi familia, con Mili, mi novia de entonces, que ahora es mi mujer. Estaba lejos de todo: de los amigos, de la familia. No es una vida normal para un chico de 14 ó 15 años, naturalmente.

Elogiazo en ACB.com: «Diego Gerbaudo, el jugador más eléctrico del torneo»

–El deporte de alto rendimiento hace que muchos chicos no lleven una vida «normal». ¿El desarraigo y ese combo tan atípico no atentan contra el rendimiento deportivo? ¿No se queman demasiadas etapas?

–Seguramente todo eso influye. A algunos, mucho más. A otros, menos. Yo salí de un pueblo y mi primer viaje grande fue para instalarme en Europa a los 15 años. ¡Imaginate de James Craik a Madrid! Chau. Y a vivir solo, además. Yo estaba en James Craik con las ovejas y los chanchos y aparecí ahí, en una de las ciudades más impresionantes del mundo. Es muy fuerte.

Otra vez, destacado en ACB.com en un torneo de L’Hospitalet con Ricky Rubio, Bojan Bogdanovic, Alexey Schved

–¿Qué cosas cotidianas de Madrid te llevaron a decir: «Guauuu, no lo puedo creer»?

–Lo primero que me impactó, y aún lo recordamos con mi mujer, fue el metro, el subte. Ibas desde el aeropuerto hasta Getafe, donde yo vivía, y hacía todo el trayecto, de punta a punta, en veinte minutos. Eran cosas que no podía creer. Eso fue lo primero, pero todo el tiempo había cosas que me sorprendían en una ciudad así.

–Estamos acostumbrados a dicotomías como éxito/fracaso, pero el mundo real suele ser mucho más profundo, con una gama interminable de colores. No suele ser blanco o negro. ¿Cómo tenés asimilada aquella experiencia con el Madrid?

–Mirá, voy a ser sincero: me quedó un sabor amargo. No sé si me faltó suerte, tener un agente en Europa o qué. Yo iba a los torneos de L’Hospitalet, me destacaba muchísimo y de hecho en alguna ocasión salimos campeones con el Madrid. Y también jugábamos otros torneos juniors en los que me hacía notar con jugadores que poco después estaban en la ACB. Claro que yo estaba en el Madrid y subir al primer equipo era mucho más difícil: en la base estaban Raúl López y Kerem Tunçeri, un turco, y justo había llegado Sergio Llull. En esos torneos de juveniles siempre estaba entre los máximos asistentes o entre los goleadores, pero seguía ahí en la cantera, en la LEB, y no daba el salto.

15 puntos y 9 asistencias en la final e L’Hospitalet 2007: Gerbaudo, el jugador con mejor valoración del Real Madrid (captura de El Mundo Deportivo, de Barcelona)

–¿Sentías que era momento de dar el salto al primer equipo?

–Yo quería al menos entrenarme con el primer equipo y llegó un momento en que me empecé a «bajonear», porque subían compañeros que no se destacaban tanto cuando jugábamos juntos en juveniles, en L’Hospitalet o en el torneo de la LEB. Me daba un poco de frustración, no puedo negarlo.

–¿Y cómo siguió esa historia?

–A los tres años en Madrid, en 2008 el club decidió cederme para jugar en la A1 de Italia. Era un contrato buenísimo, muy bueno, por tres temporadas. ¡Y ahí me pasó algo de no creer! Estaba todo acordado con Capo d’Orlando, un equipo de Sicilia que había terminado sexto en la temporada 2007/08. A poco de llegar, el club desaparece de la Liga Italiana por no haber pagado ciertos impuestos en la temporada anterior. Y quedé colgado. Se pospuso el comienzo de la A1 hasta que se resolviera la situación: al final, el equipo no fue admitido y bajó a la quinta división de Italia.

–¿Te quedaste sin equipo y sin chances de volver al Madrid?

–¡Claro! Yo iba como tercer base, pero había jugado mucho durante la pretemporada, casi tanto como el segundo base. Nos repartíamos mucho los minutos. A la semana de eso nos juntaron en el vestuario y empezaron a hablar en ese italiano cerrado de Sicilia y mis compañeros empezaron a llorar. ¡Y yo no entendía qué decían ni qué pasaba! Se había terminado la temporada, sin que yo hubiera firmado siquiera mi contrato. Y en el Madrid ya estaban todos los cupos listos en la LEB. De pronto tenía todas las puertas cerradas. Llegó, entonces, el momento de volver a Argentina para jugar la Liga Nacional.

–Desde que llegaste a Europa y todo parecía sonreírte, ¿en algún momento te la «creíste»? ¿«Sobraste» la situación? Suena difícil que no se te sacuda la estantería cuando el Madrid viene a firmar un contrato con un pibe de 14 años.

–No, la verdad que no. Mis viejos me han criado de una manera muy pueblerina, en la que no perdés las raíces. Nunca me la creí. De hecho, sigo volviendo y me sigo juntando con la gente del pueblo y vamos a comer un asado o a jugar al fútbol con cualquiera. Y en la cancha nunca quise «sobrar» a nadie ni hacer payadas.

–De aquellos pibes con los que compartías cantera en el Madrid, ¿quiénes fueron los que llegaron más alto?         

–Hace poco veía jugar en Utah Jazz a Bojan Bogdanović, con quien inclusive jugué en la LEB. Justo el mismo año el Madrid nos cedió. Y hace unos días hicimos una videollamada con varios de ellos: con Bojan, Nguema y otro chico que no jugaba con nosotros. Nikola Mirotić era más chico que yo, pero también jugamos algunos torneos juntos. Pablo Aguilar fue otro que llegó a la Selección de España.

Gerbaudo, en una de sus positivas apariciones en el torneo de L’Hospitalet (Foto: Sólo Basket)

–Cuando mirás para atrás, ¿sos de un registro melancólico de decir: «Uy, mirá todo lo que pude haber conseguido»? ¿O sos más bien de pensar en: «Mirá todo lo que sí logré»?

–Miro lo que sí me salió bien. Bah, en realidad soy poco expresivo. Soy medio «bartolo» para algunas cosas. Ja. Por ejemplo, no tengo casi fotos en Europa. Disfruté lo que viví, pero soy de mirar lo que viene, no lo que pudo pasar.

–Hablábamos hace un rato de esa dicotomía tan simplista entre éxito/fracaso. Hoy, a los 31 años, ¿qué es el éxito para Diego Gerbaudo?

–El éxito es que mi familia esté bien. Que estemos unidos con mi mujer y mi hija, con mis hermanos, y que nuestros viejos nos puedan vernos bien. Eso es el éxito para mí hoy.

Gerbaudo, a los 31 años, con la camiseta de Peñarol de Mar del Plata (Foto: La Liga Contenidos)

–Hay frases que me resultan peligrosas como ésas de «Con objetivos claros y pasión, todo se puede». ¿Cómo te llevás con esas frases? Tenías talento, objetivos y pasión, y las cosas no salieron.

–En mi carrera, si tenía un poquito más de suerte sin duda que hubiera jugado varios años más en Europa. No lo dudo ni un segundo. Entonces, claro, no les doy importancia a esas frases. Quiero vivir el presente y dar el máximo, ahora en Atenas. Creo que esas frases sirven y se dicen cuando lograste algún éxito grande, cuando conseguiste algo. Pero no aplican para todo.

–Por supuesto, uno tiene que dar el máximo, pero a veces las cosas no salen como esperamos. La inversa de eso suele ser dañina: si no llegás al máximo en realidad tenés cierta culpa.

–¡Sí, ni hablar! Los que dicen esas frases tan redonditas suelen ser quienes ya cumplieron con ciertos pasos de lo que se considera éxito. No sé si antes de esos logros hubieran dicho esas frases como verdades cerradas. Qué sé yo.

 

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