Por Gabriel Rosenbaun

 

«Sentí miedo. No sabía cómo iba a reaccionar mi organismo ante esta enfermedad. Todos los días pensaba qué me va a pasar esta tarde, qué me va a pasar mañana. No sabía en qué momento me podía descompensar o tener un problema. Lo único que pedía era curarme y poder venir a ver a mi familia en Córdoba», dice, sin vueltas, Gustavo Peirone.

«El Negro», que la pasó mal durante unos cuantos días llenos de incertidumbre en la Ciudad de Buenos Aires, habla a corazón abierto con De Bandeja y reflexiona sobre los temores, las posibles consecuencias físicas de los contagios y la cruda realidad: el deporte profesional es un negocio y los que están involucrados en él debieron exponerse a situaciones riesgosas.

–¿Qué tan decisivos fueron los contagios de COVID para Instituto? Si bien tenían altibajos, hasta el momento de los «positivos» parecían ser uno de los equipos a pelear bien arriba. Desde ahí no pudieron enderezar el rumbo.

–Habíamos tenido un buen arranque y empezaron las complicaciones con los contagios. Ni siquiera podíamos entrenar, porque además de los infectados teníamos un montón de jugadores aislados. Pero sería muy fácil echarle la culpa al COVID. No podemos deslindar responsabilidades. De todas maneras, fue una Liga atípica. Ningún equipo había estado tanto tiempo encerrado en hoteles, compartiendo meses enteros con la misma gente, viendo las mismas caras, hablando de las mismas cosas. Había jugadores que por momento no soportaban más estar ahí encerrados. Tenés que tener una cabeza muy especial para poder jugar la Liga bajo estas condiciones.

–Inclusive, muchos plantearon hasta la dificultad de practicar con cierta regularidad en Buenos Aires.

–Fue muy distinto lo que vivimos los equipos del interior que los de la Ciudad de Buenos Aires. Ellos estaban alojados en sus casas y podían entrenar en sus canchas. Nosotros teníamos que conseguir canchas auxiliares o inclusive practicar en colegios. Influyó en todo sentido. En un momento llegamos a tener cinco o seis jugadores contagiados, aislados en el hotel, así que el resto no podía entrenarse, porque además tenían miedo. Hubo cosas muy locas dentro de los hoteles: a algunos que nos traían la comida a los primeros contagiados después se las llevábamos nosotros, porque estábamos de alta y habían caído ellos.

–Son escenas de películas distópicas.

–Absolutamente. Al principio, nos llevaban el plato de la comida nuestros compañeros de equipo, nos golpeaban la puerta y la dejaban ahí. Y nos decían: «Esperá, esperá, no salgas todavía». Después, lamentablemente, se invirtieron los roles.

–¿Cómo la pasaste durante tu contagio?

–Tenía un dolor de espalda que no me dejaba mover. No podía estar sentado, acostado, nada. Gracias a Dios no tuve fiebre. Federico Pedano también estaba contagiado y teníamos una puerta que comunicaba nuestras dos habitaciones, así que al principio la abríamos y charlábamos un poco, manteniendo la distancia, para que las horas no se hicieran interminables. Pero cuando empecé con síntomas la cerramos, sobre todo para protegerlo a él.

–¿Llegaste a sentir miedo?

–Sí, claro. Cuando me dijeron que era positivo y que tenía que estar aislado, sentí miedo. No sabía cómo iba a reaccionar mi organismo ante esta enfermedad. Todos los días pensaba qué me va a pasar esta tarde, qué me va a pasar mañana. No sabía en qué momento me podía descompensar o tener un problema. Lo único que pedía era curarme y poder venir a ver a mi familia en Córdoba. Eso es miedo. Es una reacción humana. Prepararse para jugar con esas cosas no es fácil. No fue una Liga normal. Esos miedos aparecían a cada rato.

–¿Les repiquiteaba en la cabeza la muerte tan cercana de Osvaldo «el Turco» Arduh?

–Estábamos en la primera burbuja cuando pasó lo del Turco. Y Nico, su hijo, estaba allá en Buenos Aires con nosotros. Al Turco lo tuvimos siempre presente: si hubo un amigo, un colega, una persona de nuestra edad que no pudo zafar, ¿por qué no podía pasarnos a nosotros? Son muchos los muertos, es mucha la gente internada, la que necesita asistencia respiratoria. Basta con informarse un poquito. Dentro de todo, agradezco que me contagié pero no se me complicó.

–Vos ni siquiera viajaste a Brasil, donde se dio una situación muy particular durante la Champions: los jugadores presuntamente curados que volvieron a dar positivo.

–Cuando yo di positivo ya estaban contagiados Scala, Alessio, Cuello y Chiarini, y caímos Pedano y yo. Todos más o menos en el mismo tiempo. Antes de viajar a Brasil, Pedano y yo volvimos a dar positivo, así que no pudimos viajar. A los dos tres días me dieron el alta, así que aproveché y me volví a Córdoba a ver a mi familia.

–¿Cómo se puede explicar que hubo jugadores que habían estado infectados, dieron negativo y, ya en Brasil, volvieron a dar positivo?

–Creo que ni los infectólogos lo pueden explicar. Fue todo una locura. Fede Pedano y yo no viajamos porque habíamos dado positivo, pero el resto tenía análisis que decían que estaban curados. Según se dijo, el estudio que les hicieron en Brasil era más «sensible» y por eso volvieron a dar positivo, por lo que no sólo se suspendió el segundo partido, sino que no se sabía cómo o cuándo iban a poder volver al país. Y resulta que llegaron a Argentina y eran negativos de nuevo. No le encontramos explicación.

–¿Se siguieron haciendo chequeos médicos después del alta?

–Sí, nos testeábamos seguido y nos hicieron estudios cardíacos, respiratorios y análisis de sangre, sobre todo para los jugadores.

–¿Qué reflexión hacés, después de varios meses, sobre todo lo que vivieron con el tema COVID?

–Esto es un negocio. ¿Por qué no para el fútbol nacional? Porque es un negocio. Y los que estamos en ese negocio del deporte profesional tenemos que entender ciertas cosas. Según los encargados, ésta era la única forma de jugar la Liga Nacional. Y por lo menos se pudo trabajar. No sé si era justo para el físico y la cabeza de los jugadores y entrenadores, y tampoco para el nivel del espectáculo. Pero los que vivimos de esto nos tuvimos que bancar estas reglas de juego.

–Uno necesita laburar, pero necesita vivir para laburar. ¿En algún momento se plantearon si no se estaban exponiendo demasiado?

–Hablábamos con los jugadores, con el cuerpo técnico. Pero se priorizó que había que trabajar. Yo lo hablé mucho con Santi Scala, por ejemplo. Nos hicimos muchas preguntas. Nosotros nos cuidamos muchísimo y nos contagiamos lo mismo. Y nos contagiamos trabajando. Nunca subestimamos la enfermedad. Y en lo personal tuve miedo antes de contagiarme y cuando me contagié. Y de hecho, no sé cómo va a quedar mi cuerpo en el futuro. No lo sé.

 

Colaboración especial: Lucas Llerena

Fotos: La Liga Contenidos

 

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