Por Gabriel Rosenbaun

 

Muchas veces, los tiempos son caprichosos. Por lo general, las oportunidades no aparecen cuando uno las planifica o las anhela. No suele ser costumbre que se asome un horizonte distinto exactamente en el momento en que uno siente un ardor en el pecho de tanto desear algo. Muchos tiran la toalla en el camino. O se aplastan y ponen piloto automático.

¿Qué pasa si la gran chance llega cuando uno ya cumplió 51 años? ¿Qué ocurre si se abre la puerta y, al atravesarla, la sensación es la de haberse transformado no sólo como profesional, sino como persona? ¿Tan vertiginoso puede ser el aprendizaje como para sentir que en menos de dos meses se trastocaron todos los conceptos previos?

Sí. Sí. Y sí. Gustavo Peirone responderá afirmativamente parado frente a todos esos interrogantes.

En apenas 53 días, los que transcurrieron entre el primer y el último partido en su flamante cargo, «el Negro» hizo un posgrado intensivo: luego del despido de Sebastián «Sepo» Ginóbili, la dirigencia de Instituto le dio la chance de calzarse la pilcha de entrenador principal de Liga Nacional, esa graduación a la que todo técnico aspira.

Después de una vida dedicada a la conducción técnica, en ese lapso en el que dirigió en la LNB y la Champions continental, el entrenador nacido en Oncativo sintió que le pegaron un palazo que le abrió la cabeza. Y que ya nada será igual. Aprender a aprender, siempre.

–Pasados unos días de la eliminación, ¿qué gusto te queda en la boca desde lo colectivo y en lo personal?

–Son dos sensaciones distintas. La primera es un gusto amargo, porque en los papeles el equipo se había armado para ser protagonista, para pelear más arriba. Creo que la podríamos haber luchado un poco más, ser más competitivos, aun cuando el plantel se desarmó, porque se quedó sin Lemon y sin Colmenares y quedó una rotación corta y desbalanceada. A nivel personal, la sensación es buena, es nueva: yo no había armado el equipo y me tocó hacerme cargo. Juan Manuel Cavagliatto (el principal dirigente del básquet de la Gloria) no me dio opciones: me dijo que tenía que agarrar sí o sí. Y siento que fue una buena experiencia: mi balance personal es positivo.

–Te llegó la oportunidad de dirigir un equipo de Liga Nacional a los 51 años. ¿Qué significó para tu carrera?

–En primer momento fue algo inesperado, una sorpresa grande. Yo estaba cómodo. Quizás demasiado cómodo. Una de las razones por la cuales Juan Manuel Cavagliatto me «apuró» quizás fue la de verme haciendo mi trabajo casi de manera automática. Esto fue un palazo que me abrió la cabeza y me mostró un mundo distinto.

–¿Qué tan distinto?

–Un mundo que me sorprendió. Primero me alegré, pero después te lo voy a explicar en criollo: se me llenó el culo de preguntas. Porque vos creés que sabés lo que tenés que hacer, pero te vas encontrando con un montón de situaciones, de decisiones que tenés tomar, de cuestiones a resolver. Tu responsabilidad pasa a ser distinta frente a la dirigencia, frente al periodismo, frente a un montón de gente. Y claro: tenés que tratar de convencer a los jugadores de que lo que vos querés es lo mejor para el equipo. Fue una experiencia bárbara: juro que no sé ni cuántos partidos dirigí, ni cuántos días, pero fue una eternidad.

–¿Qué tan intensa fue esa experiencia?

–Fue súper enriquecedora. Me «rameó», como dice un amigo: me sacudieron la rama y, cuando eso pasa, no sabés si te caés o seguís sostenido del árbol. Fue un hachazo y me abrió la cabeza. Y me gustó, por supuesto.

–¿Sentís que diste la talla?

–Al tema de la talla se lo tendrías que preguntar a los demás. Yo me sentí cómodo. Creo que di la talla. Lo hablé con varios colegas de Córdoba, donde tenemos muy buenos entrenadores y creo que nos faltan oportunidades. ¿Será porque hay pocos equipos? ¿Será porque nos «vendemos» mal? ¿Será porque no tenemos representantes? Hace treinta años que me vengo preparando como entrenador. Mi sensación es que di la talla.

–¿En qué sentís mejor entrenador que hace tres meses?

–Viví situaciones que jamás había vivido cuando era asistente. Desde cosas simples, como que te llame el periodismo y te pregunte por qué ganamos o por qué perdimos, por qué somos una maravilla o por qué somos un desastre. Pero lo fundamental era ver qué ascendencia tenía sobre los jugadores. Por suerte, con los líderes del equipo, como «Santi» Scala y «el Negro» Espinoza, yo venía trabajando hace tiempo, como asistente. Y se brindaron siempre, aun cuando nos ha tocado enojarnos, putearnos en un entrenamiento. Todas fueron experiencias de aprendizaje.

–¿Te apoyaste también en algunos colegas con los que tenés buena onda?

–Por supuesto. Con Seba González somos amigos y hablaba muy, muy seguido. Pero más como amigo que como otra cosa, aun cuando él me diera algún consejo o me aportara su experiencia. Y estuvo bueno, porque por un momento pasamos a ser pares: entrenadores de Liga. Con Facundo Müller no soy amigo, pero tuve una muy buena relación profesional cuando trabajamos juntos, y él también me ayudó en este tiempo. Trato de exprimir al máximo esa generosidad de mis pares.

–De todos modos, los entrenadores siempre recalcan que podés tener todos los consejos del mundo, pero las decisiones finales pasan a ser tuyas y sólo tuyas.

–Claro, ellos me daban sus interpretaciones o sugerencias, pero a las determinaciones finales las tenía que tomar yo. Todo eso te enriquece. Te voy a decir algo: no solamente soy mejor entrenador que hace tres meses, sino que tengo otra cabeza como persona.

–¿Tanto así?

–Sí, sí. Pasás de estar sentado a un costado a dar un paso adelante, a poner la cara. Y todas las decisiones finales son tuyas. Te cambian todas las relaciones humanas. Quien hasta ayer era asistente como vos, ahora es tu asistente. Tenés que hablar con el preparador físico y plantearle que querés hacer algo distinto a lo que se venía haciendo. Necesitás convencerlo, necesitás sus ganas. Lo mismo con el kinesiólogo, con el utilero. Y tenés que ser un poco más «políticamente correcto». Y eso es lo que más me cuesta. Porque no es que no soy «políticamente correcto», sino que ni siquiera sé si soy correcto. Ja. Pero insisto: siento que crecí como persona.

–¿Cómo fue vivir una experiencia tan importante para tu vida en un momento tan atípico de la Liga, del equipo, de la sociedad?

–Siempre soñé con la oportunidad de dirigir Liga, pero jamás pensé en una pandemia. Nunca me imaginé dirigir un equipo que estaba encerrado en un hotel, sin poder salir más que para lo esencial, compartiendo las 24 horas de muchos días con las mismas personas, sin entrenar en nuestra cancha, sin poder volver a casa, ver a mi familia, juntarme de vez en cuando a comer un asado con mis amigos.

–En ese contexto, ni siquiera podías compartir en persona la alegría de estar dirigiendo un equipo de Liga como habías soñado siempre.

–No lo podía compartir físicamente con nadie. Ni con la familia ni con los amigos ni con los que te quieren. Lo podíamos hacer por teléfono, claro, pero yo estoy acostumbrado a otra cosa. Soy más de andar dando abrazos. De todos modos, la experiencia me encantó, aunque no eran las condiciones que esperaba para mi debut. Se dio así y tengo que estar contento, porque tuve la oportunidad.

–¿Cuánto disfrutaste y cuánto sufriste la experiencia?

–Lo primero que me propuse con esto fue disfrutarlo al máximo, y lo hice: lo disfruté muchísimo. Si me preguntás si renegué, por supuesto que lo hice, pero también disfrutaba de eso: como tener que discutir con los jugadores desde otro rol. A esas experiencias nuevas también las disfruté y me sentí re bien, cómodo, contento. Uno reniega en el puesto que esté, así que mucho mejor si es como técnico de Liga.

–De de las cosas con las que sabías que ibas a renegar, ¿te planteaste no «calentarte» al menos con algunos temas? 

–Lo que yo me había propuesto era no renegar con los resultados, porque uno que es entrenador y sabe que puede ganar o puede perder, y en este deporte no hay empate, ja. Uno siempre se prepara para dar el máximo, siempre espera lo mejor del equipo y hay veces que no depende solo de uno mismo, y por eso quería disfrutar de todo el entorno, desde que llegábamos al estadio hasta que nos íbamos.

–¿Ves alguna chance de seguir en el cargo? ¿Te plantearon algo los dirigentes?

–No se habló absolutamente nada. Con Juan Cavagliatto tengo una relación muy buena. Hace mucho tiempo estoy en el club, me conocen, saben cómo trabajo, qué hago, qué no hago, conocen mis locuras, todo. Pero no se habló absolutamente nada de la temporada que viene. Seguramente ellos, como dirigentes. querrán descansar unos días y evaluar un montón de situaciones: dentro de esos temas tendrán que evaluarme a mí, evaluar mi proceso y si quieren que continúe en el cargo o no. Esto es así, uno tiene que saberlo y tenerlo claro.

–Pero está claro que te gustaría seguir.

–Me gustó la experiencia: me movieron la rama y me gustó. A mí me gusta dirigir y lo voy a hacer con la misma pasión si es minibásquet de un club chiquito o si es en un equipo de Liga Nacional como Instituto. Son distintas las preparaciones, las formas de encarar, pero la pasión de uno es ésa. Si me toca dirigir la Liga, bárbaro, me encantaría, pero si me toca dirigir la Liga de Desarrollo como lo venía haciendo los últimos años, también lo voy a disfrutar al máximo. A mí me gusta entrenar a un equipo, dirigirlo, tratar de convencer a los jugadores de que lo que vamos a hacer es lo mejor para el grupo. Después, Dios o alguien dirá donde tengo que estar, si tengo que dirigir o no.

–Ya probaste el dulce y, si no es ahora, seguro que intentarás saborear ese caramelo de nuevo en algún momento.

–Sí, sin dudas, porque fueron muchas sensaciones nuevas y fue muy poco el tiempo. Por ahí me quedé con las ganas de experimentar o de hacer otras cosas nuevas, como por ejemplo buscar a los jugadores, tratar de convencerlos para que vengan a mi equipo, armar el plantel, entrenarlo en la pretemporada. No sé si tendré esa posibilidad. En estos pocos meses me sentí cómodo, a gusto, respetado, y seguramente eso alimenta las ganas de tener otra chance.

 

Colaboración especial: Lucas Llerena

Fotos: La Liga Contenidos

 

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