Por Gabriel Rosenbaun

Lo vio llegar al club a los 6 años y pronto reconoció ese talento de los «elegidos». Lo aconsejó, lo protegió, lo cuidó como si él fuese un hermano mayor o quizás un papá. Lo vio crecer en el básquet y en la vida. Lo contempló mientras se esforzaba y también mientras era feliz. Esencialmente feliz. Lo vio hacerse hombre, destacarse en una cancha, asentarse en la vida, disfrutar, convertirse en el talismán del San Lorenzo multicampeón y ser elegido Jugador Más Valioso de las finales de la Liga Nacional.

Luciano «Lucho» Juncos vio y vivió todo eso pero no es de esos tipos que se anden vanagloriando y sacando pecho sin sentido. Lejos de esas imposturas, lleva esas vivencias con perfil bajo, sin colgarse medallitas, sin hablar en voz alta para que todos sepan cuánto lo une a uno de los jugadores más brillantes que se consolidaron en los últimos años en la Liga: José Vildoza, el diamante más brilloso que salió de Barrio Maipú, ese club de barrio que se mete en el corazón de quien llega hasta allí.

«Para muchos de estos pibes, Maipú no ha sido la segunda casa, sino la primera», dice «Lucho», que lleva treinta años en el club. «El anteúltimo 24 de diciembre, José estuvo tirando al aro conmigo hasta las nueve de la noche», precisa. «Cuando él está en Córdoba nunca pasan más de dos o tres días hasta que me pide las llaves del club», agrega.

Mientras a muchos los encandila el profesionalismo, las cámaras de tevé, los contratos en el exterior y la parábola de las carreras siempre ascendentes, detrás del telón siempre hay historias mínimas, esfuerzos, felicidades, clubes de barrio, amor por el deporte.

De eso y mucho más habló «Lucho» Juncos con De Bandeja Basket.

«A José lo conozco desde que llegó al club a los 6 años. Él era Mosquito y yo dirigía Mini. Cuando él era Premini ya jugaba con los Mini y cuando era Mini de primer año ya se hacía notar en U13. Siempre estuvo adelantado», abre el juego «Lucho».

Lucho y José, en la cancha de Maipú

–Debés tener mil anécdotas de esos años.

–Hay una que José me la recuerda cada vez que puede. Yo dirigía una selección de la Asociación Cordobesa que iba a jugar el Provincial U13. Él era Mini de segundo año. Él la «rompía», pero lo dejé afuera. Y lo hice cuidándolo. Yo sabía que al año siguiente él iba a estar en la selección y tenía miedo de quemar ciertas etapas. Si los pibes entran a las selecciones un año antes por ahí se relajan y aparecen cuestiones complicadas en el entorno. Entonces decidí preservarlo.

–A veces, por supuesto, el entorno genera una burbuja complicada que termina tirando para atrás.

–Sí, de todos modos, José estaba en buen entorno: su entorno eran su mamá, su abuela y nosotros, los de Maipú. José «vivía» en el club: llegaba a las dos de la tarde y se iba a las nueve y media o a las diez de la noche. Y fue desenvolviéndose con mucha soltura. A los 9 años se iba en bici a la escuela. Se levantaba, se hacía su desayuno, porque su mamá cuidaba a una mujer grande en otra casa, y pedaleaba hasta el «Rubén Darío», a diez cuadras de la casa. José no tenía Play Station ni videojuegos: después del cole y el almuerzo, él «vivía» en el club.

–Más allá de esa madurez temprana, debe haber hecho cosas de chico…

–Por supuesto. Recuerdo que también era bastante travieso. Ojo, nunca se metió en nada malo, sino travesuras «sanas». Vos lo veías en la bici a los diez años, con las bombuchas en mano en pleno Carnaval, y era mejor esconderse. Además, se juntaba siempre con chicos más grandes del club, así que hacía travesuras de chicos más grandes.

–En lo basquetbolístico, ¿cuándo viste algo distinto en él? ¿Cuándo fue que dijiste: «Uff, este pibe tiene talento»?

–Desde chico era diferente. Cuando era Mini era el más alto de todos en la categoría y siempre venía algún entrenador grande para aquella época y me decían: «¿Cómo lo podés hacer jugar de base con esa altura?». Si en Premini hacía diferencia, ¡cuando era mini ni hablar! En U13 también marcaba mucha diferencia.

–¿Y tenía, en esa época, una mentalidad más competitiva que el resto?

–Hay un episodio que me marcó mucho. Él era U13 y jugaba en U15. Recuerdo que los pibes se estaban cambiando antes de un partido que era accesible, que teníamos que ganar en principio de manera cómoda. El resto estaba cómodo, relajado. Y yo los escuchaba desde afuera del vestuario. Y José les dice: «A mí estos partidos me gustan, los juego para ganar, pero a mí me gusta enfrentar a Atenas, Instituto, Unión Eléctrica. Esos son los partidos que me gustan». ¡Y el resto de los pibes le llevaban dos años de diferencia! Ahí te das cuenta su mentalidad.

–En U15 ya había explotado y ya se hablaba de él como un talento a seguir.

–Habría que ver si existe algún registro, investigarlo, pero creo que José tuvo un promedio de alrededor de 45 puntos por partido en el torneo U15 de la Asociación Cordobesa. En U15 ya tenía una mentalidad de locos. En el Sudamericano U15 fue el goleador y el MVP de la final contra Brasil, en Paraguay. Unos días antes de eso, me escribía y me decía: «No me sale una, estoy dando asco». Y dar asco para él era meter 15 puntos por partido en un Sudamericano. Y en todos los Sudamericanos posteriores, en U17 y U19, fue el mejor jugador. Yo lo había vivido en el club, pero cuando las papas queman tiene una mentalidad de los deportistas distintos. Le gusta estar en esos momentos.

–De todos modos, no siempre todo es tan lineal. Debe haber pasado situaciones complicadas, como todos.

–Hay varias, claro. En una Liga Provincial de Clubes teníamos a José en la Selección Argentina y perdimos un partido por 20 puntos. Fuimos a jugar la revancha en Marcos Juárez y ganamos por 40. Y en cancha de San Martín me enojé muchísimo. No sé si alguna vez me indigné tanto en una cancha. José siempre tuvo un carácter fuerte: tenías que decirle cosas que lo ofendieran mucho para lastimarlo. Y lo hicieron llorar por cómo lo insultaban. Yo nunca había visto a personas mayores, papás y mamás, insultar tanto a un niño. ¡Insultarlo porque jugaba bien! Me crucé a la tribuna a preguntarles si estaban pensando en lo que hacían. José tenía 14 años y no quería seguir jugando ese partido.

–¿Fue la primera vez que lo viste llorar a José?

–En realidad, lo había visto llorar pero por una situación traumática. Él era U13 y fue a hacer una bandeja en cancha de Hindú y lo empujaron: se pegó contra la pared y se lastimó la rodilla, que le sangraba. Él estaba preocupado por la rodilla, que era un cortecito, ¡pero no se había visto el hematoma que tenía en la cara por el golpe! Los médicos lo vieron y dijeron que no podía seguir jugando. Él lloraba porque veníamos remontando el partido y me pedía que lo deje en cancha. Se puso muy nervioso, pero le hice entender que no podía seguir jugando.

José Vildoza en Maipú: con la camiseta 11, abajo, a la izquierda

–Ese coraje y esa tenacidad son algunas de las cualidades que suelen hacer de trampolines para llegar más alto.

–José tiene muchas de ésas. En Libertad de Sunchales, en su último año del secundario, lo dirigía Fernando Duró. Y le dijo que tenía que terminar la escuela, así que sólo podía entrenar por la tarde. «Enojate todo lo que quieras, pero tenés que terminar el colegio». ¿Qué hizo? Consiguió las llaves de la cancha y se iba a tirar de 6 a 7 de la mañana. Iba, entrenaba, se volvía, se bañaba y se iba a la escuela.

–Supongo que más de una vez también habrá pedido las llaves de Maipú.

–Cuando él está en Córdoba nunca pasan más de dos o tres días hasta que me pide las llaves del club. A la tarde aprovecha para hacer otras cosas, así que va a la mañana a tirar al aro, a hacer pesas, y a veces a la noche también se prende en los entrenamientos de la Primera. También a veces están Jony y Lucas Machuca. En algunas pausas de la Liga también trajo a Juampi Vaulet y a Maxi Fjellerup. En los horarios disponibles, la cancha es de los chicos. Para muchos de ellos, Maipú no ha sido la segunda casa, sino la primera.

–Pufff. ¡Qué fuerte!

–El anteaño, cuando vino a Córdoba, me dijo: «Lucho, vamos a hacer un poco de fundamentos, a tirar al aro”. Y fuimos. Era un 24 de diciembre a las nueve de la noche y nosotros seguíamos tirando al aro. Con José tenemos una relación muy especial. Hace pocos días me jodía con que le debo algo: le prometí enseñarle una receta porque él quiere invitar a comer a algunos amigos. José disfruta muchísimo de esas reuniones. Tiene tres o cuatro amigos por fuera del básquet, pero todo el resto de sus amigos son los del club. Van a la casa de uno, a la casa de otro. Están siempre juntos.

–Es un sentido de pertenencia muy grande.

–Cuando estuvo afuera, en otros equipos, Lucas Machuca muchas veces me dijo lo mismo. «Necesito pasar por el club, asomarme. Y ya está». A José le pasa lo mismo.

–Eso es, naturalmente, algo que atraviesa sus historias personales: no se genera de un día para el otro.

–Lo aprendí cuando yo tenía 19 ó 20 años. Y desde entonces, cuando charlo con los padres, les pregunto qué creen que están pagando con la cuota del club. Te responden lo básico, las pelotas, algún gasto. Y yo les digo que los chicos están aprendiendo a respetar horarios, disciplinas, a compartir, a respetar reglas. Están aprendiendo que cuando las cosas se hacen en equipo son mucho mejores. Están aprendiendo el esfuerzo. ¡Y ni hablar del cuidado del cuerpo! Y José, con Ana, su mamá que es una «fenómeno», ha conseguido muchas cosas en el club en cuanto a valores.

Lucho Juncos, en la Primera de Barrio Maipú

MAIPÚ: PERTENENCIA Y FELICIDAD

«Para cualquier persona que venga del interior o de otra provincia, la ciudad de Córdoba es muy grande. Lo primero que buscás es contención. Y en un club como Maipú, en el cual el presidente sabe los nombres de los Mosquitos y de los jugadores de Primera, es inevitable sentirse contenido. No es casualidad», dice Juncos sobre la relación de una innumerable cantidad de jugadores surgidos de la cantera del equipo cordobés.

«En el club nunca se cobró la cuota a los jugadores de U19 y de Primera. El año pasado, por la pandemia, tuvimos que repensarlo. El primero que vino a pagar la cuota fue Gustavo Martín, un jugador al que le pagaban para jugar el básquet. Esos gestos te marcan un montón», agrega.

–Ese amor por los clubes de barrio es algo conmovedor.

–¡Por supuesto! Y te cuento más: José Vildoza, Jony y Lucas Machuca, que por ahí tienen un poquito más de poder adquisitivo por vivir del básquet, muchas veces vienen y me preguntan si hace falta un juego de camisetas, pelotas, lo que fuere. Y todos los años me dan dos o tres pares de zapatillas para los chicos a los que les hacen falta. Lo hacen en forma de agradecimiento. Son pibes que se han sentido muy contenidos y han sido felices en Maipú.

Juncos y Vildoza, en Maipú. Lucho, detrás de todos los pibes, con buzo negro. José, de pie, es el cuarto de izquierda a derecha, entre los dos compañeritos que tienen pelotas en sus manos

–Está buena esta dimensión de ser felices. Solemos caer en análisis mucho más racionales y a veces está bueno volver al lugar y al momento en que uno fue feliz.

–Maipú tiene un sentido muy fuerte de pertenencia. Calculo que en todos los clubes debe pasar lo mismo, no sé. Yo hace treinta años que estoy acá. Y te pongo ejemplos. Marcos Ferreyra vino a retirarse en el club: estaba reventado de la cadera, pero se quería retirar en Maipú. De los jugadores que han sobresalido, todos han vuelto al club: Gustavo Martín y Marcos Pécile, por ejemplo.

–Más allá de la pertenencia, ¿qué rasgos sentís que diferencian a Barrio Maipú de otros clubes?

–Es un club que prioriza el aprendizaje y la formación integral del jugador. Si querés ser más competitivo, tenés que buscar otras cosas, tal vez otros clubes. Maipú es formador, pero no sólo formador de jugadores: no concibo tener un jugador que sea irrespetuoso. Como vos actuás en la cancha de básquet, después actuás en la vida. No hay verso ahí. Y siempre estamos tratando de mejorar. Maipú tiene área de género. Quizás los clubes de fútbol lo tengan, ¿pero cuántos de los otros clubes tienen un área de género?

–Y en los clubes de barrio siempre se rema contra la corriente. Hay que poner el hombro todos los días.

–En los clubes chicos siempre te faltan cinco para el peso. Y vos pensá que hay gente que va a donar su tiempo libre para solucionarles cosas a otros. Eso es muy valorable de cualquier dirigente de club chico. Sabés que vas a renegar, porque falta plata, porque falta esto, porque falta aquello. Y los dirigentes van lo mismo. Es muy desgastante. Pero al fin y al cabo es un modo de formar buenas personas.

–Y volvemos, otra vez, al tema de la felicidad, a los momentos irrepetibles.

–Claro. Cuando vos sos Premini o Mini y ves a un papá que se queda a hacerles los choris, las hamburguesas mientras ellos se ponen a jugar a las escondidas hay algo que no advertís en ese momento. Ese pibe no se da cuenta, pero cuando sea papá, va a mandar a sus hijos a un club. El pibe que comía las hamburguesas y jugaba a las escondidas va a mandar a sus hijos al club y vamos a seguir generando gente sana para la sociedad. Todo eso te une. Es un círculo virtuoso para la sociedad: un círculo que forma buenas personas.

 

Colaboración especial: Lucas Llerena

Fotos: La Liga Contenidos y gentileza Lucho Juncos

 

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